Cosas del querer

Antonio y yo llevamos más de año y medio juntos. Fue el azar quien nos colocó al uno frente al otro. El azar y su perseverancia, porque Antonio fue lo que definiríamos como un pesado.
Él y yo somos muy distintos en apariencia.
Él callado, yo excesiva en el hablar.
Él dispuesto a jugárselo todo a una carta, yo temerosa de perder y por tanto de jugar.
Él apasionado desde el principio, yo cautelosa.
Él paciente, yo tremendamente impaciente.
Nuestras vivencias diferentes, así como nuestra situación personal.
Siempre le digo que me enamoraron sus ojos y él añade que eso sería lo primero, que no tardé mucho más en enamorarme de otras cosas.
Él me da la paz, la serenidad, la alegría, la compañía, la diversión, la comprensión, el equilibrio... amén de otras cosas innombrables públicamente.
Sus ojos tienen el brillo centelleante de la adolescencia, pero al mismo tiempo la transparencia serena de la madurez. Y es que, el nuestro es un amor maduro, sosegado, sereno, tranquilo, apasionado. Un amor en el que ninguno impone nada al otro, en el que nuestro objetivo es darnos felicidad mútua y con ello lo retroalimentamos y nos hacemos más felices todavía.
He tenido suerte de haberlo encontrado, aunque quizá me encontró él a mí.

Algunos opinan que todo eso no es más que el producto de algunas reacciones químicas:
http://profesordeeso.blogspot.com/2009/01/el-amor-es-qumica-y-algo-de-amistad-las.html
Pues será....