Muchas veces se utiliza la palabra amigo de manera indiscriminada.
Mi hija tiene una profesora, María, que al iniciar un curso con alumnos nuevos, entra en clase como un ciclón. Algunos podrían considerar que utiliza métodos poco ortodoxos con sus alumnos puesto que impone una disciplina poco menos que militar. Hace que los alumnos la llamen de usted y en su clase no se oye una mosca.
Ayer, en clase, comentaban con otra profesora, que en las clases de María se trabaja muy bien, que se disfruta de un silencio sepulcral y que se aprende. Fue entonces cuando esta segunda profesora afirmó que, si bien eso era cierto, ella desaprobaba por completo los métodos de la anterior porque creía que no respetaba a los alumnos y que la relación entre alumnos y profesor debía de ser de igualdad y amistad.
Mi hija, mientras me lo contaba, afirmó rotundamente: ¡Mama, es tonnnnntaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Cómo van a ser amigos los alumnos y el profesor?
Yo, que no llegaría a afirmar lo mismo que mi hija, creo que está muy equivocada. Un profesor y un alumno nunca deben ser amigos. Un profesor y un alumno nunca deben estar al mismo nivel. María respeta a sus alumnos y a ella misma, por eso impone disciplina. María, una vez marcado el terreno trata a sus alumnos con respeto e incluso con cariño. A María, los alumnos pasan de tenerle miedo a tenerle respeto, cariño y admiración. Se convierte en un referente para ellos y, sobre todo, aprenden.
Los niños y adolescentes necesitan límites claros, saber a qué atenerse. Saber quién puede ayudarles en sus problemas, tener a alguien que los guíe. Si ese alguien está al mismo nivel se sienten desamparados, perdidos, indefensos.
Lo mismo sucede con los padres. Jamás podemos ser amigos de nuestros hijos porque nuestra obligación ante todo es darles seguridad.
(María es el nombre ficticio de la profesora)
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